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LA CAUTERIZACIÓN DE LAS MASAS
Por si alguien no lo sabía ya, estamos viviendo tiempos difícil (todo parece apuntar a que las cosas se están derrumbando). Pero no, no es sobre economía de lo que hablo, es nuestra moral, el espíritu humano. No hay más que leer las notícias—y mirar alrededor— para darse cuenta de ello. Recientemente, por ejemplo, leí perplejo como en Inglaterra una veintena de niñas habían recibido implantes contraceptivos sin haber informado a los padres (¡según la ley no es necesario hacerlo!). En total, 900 niñas de entre 13 y 16 años han recibido tratamiento contraceptivo en las escuelas y 7.400 en ambulatorios.
En España la cosa no anda mejor. Según la ley la edad mínima para obtener atención sanitaria es de 16 años, lo que quiere decir que una niña de 16 años puede recibir contraceptivos sin autorización paterna (algo que choca, considerando que el límite de edad para comprar alcohol es de 18 años). Pero eso no es todo, los menores de 16 años también pueden recibir contraceptivos si el médico considera que la persona—una niña—es lo suficientemente madura para utilizarlos. «Es un signo de madurez, por ejemplo, buscar el método. Y no hay que poner trabas, porque, si no, lo que harán estos jóvenes es dejar de ir a la consulta y no usar anticonceptivos. Lo que hay que evitar a toda costa es que haya relaciones de riesgo», explica la ginecóloga Isabel Serrano. En fin, que se esta básicamente invitando a los niños con ingenio a hacer lo que quieran con sus cuerpos. Según los expertos, no deben haber barreras territoriales, sociales, económicas o de edad. Barreras que quieren romper con el dinero público, eso sí. Desgraciadamente mucha gente no ve nada malo en esto. Su moral les dicta que el hombre es tan libre que puede hacer lo que quiera con su vida o su cuerpo. Y sí, es cierto que la Biblia también habla de la libertad del hombre, pero no de tener libertad para hacer lo que queramos con la vida de otras personas. El problema no es que no sean conscientes de lo peligroso que es para un niño o una niña tener relaciones sexuales, lo saben muy bien (es por eso que hacen cualquier cosa para proveerles contraceptivos), el problema es que tienen—o mejor dicho, no tienen—un dilema con su propia consciencia. Es decir, consideremos lo siguiente: solo hay dos soluciones para frenar el embarazo no deseado (al final solo es esto lo que les preocupa): uno, enseñar a los niños (mientras sean niños) de pequeños a abstenerse de relaciones sexuales, o dos, proveerles de una herramienta para no quedarse embarazados. La persona liberal se encuentra, por tanto, en un dilema, ya que si apoyaran la abstinencia, cualquier persona podría fácilmente redargüir sus ideales—y por tanto, toda su vida—; por lo que se verían expuestos a sus falacias. Lo mismo se puede ver con el caso de la homosexualidad.
Las personas que apoyan la hosexualidad no lo hacen porque sientan que eso es lo mejor, lo hacen por no ir en contra de sus ideales. Conozco personas que dicen estar a favor de la homosexualidad, pero al mismo tiempo sentirse incómodos con ella. Estas personas se defienden diciendo que se trata simplemente de costumbre; es decir, de una homofobia interna que no han conseguido eliminar. Se da por sentado que la homofobia es mala, pero, ¿es esto cierto? En el sentido estricto de la palabra la homofobia no es nada más que aversión hacia la homosexualidad. La cuestión no es si la aversión o repugnancia es buena o mala, la cuestión es si la homosexualidad es positiva o negativa. Nadie ve la repugnancia hacia la pedofilia como algo malo; es más, se alba repugnar tales cosas. De la misma manera se repugna el maltrato a las mujeres. Si alguien considera que la homofobia es mala no es porque es malo repugnar, es malo porque se considera que la homosexualidad es buena; y repugnar algo que es bueno es malo. Por lo tanto si uno quiere utilizar la escusa de la homofobia primero tiene que probar porque la homosexualidad es buena; y eso ya no es tan fácil. Posiblemente el único argumento que se puede utilizar es el del amor. «La homosexualidad es buena porque permite a dos personas amarse, y eso es lo único que importa», diría alguna persona. A lo que podríamos responder: «dos hombres y dos mujeres (y ya no digamos un hombre y una mujer) pueden amarse sin necesidad de tener relaciones sexuales; es más, pueden amarse más profundamente». Por lo tanto el argumento del amor no es valido si se utiliza como un argumento equiparativo. El amor es el amor, independientemente si hay sexo o no. Lo que entra en juego aquí es la atracción sexual, y no el amor en sí. «¿Bien, y que hay de malo si dos personas del mismo sexo se sienten atraidas entre sí?» Pues primeramente que el ser humano no está diseñado (la anatomía lo demuestra así) para tener relaciones con personas del mismo sexo. El hecho de que las parejas homosexuales tengan que adoptar hijos o hacer cualquier tipo de operaciones para tenerlos es prueba de ello. En segundo lugar, las personas homosexuales que tienen relaciones son más propensas a recibir ciertas enfermedades mortíferas. En tercer lugar se puede argumentar que un hombre y una mujer es lo ideal para cuidar y educar a los hijos ya que el hombre tiene unas cualidades que la mujer no tiene, y la mujer tiene ciertas cualidades que hombre no tiene. En cuarto lugar, las parejas homosexuales sufren de cierto tipo de desordenes psicológicos que los heterosexuales no sufren. Y en fin, la lista podría continuar.
Así que no, el problema no es el de la homofobia, el problema es que hay dos ideales en lucha. Uno es el ideal creado por el mundo, el otro es el ideal inscrito en nuestras mentes que nos dice claramente: la homosexualidad es pecado. El tratar de vivir según un ideal erroneo en un mundo diseñado para vivir con el ideal verdadero es como intentar mezclar aceite con agua. Sin embargo, no es poca la gente que esta siendo cauterizada —inconscientemetne— a pensar que sí se puede. La moral liberal se esta filtrando cada vez más en la gente, incluso en los más conservadores. Por ejemplo, cuando recientemente, el Tribunal Constitucional ha revalidado el término matrimonio para las parejas y uniones del mismo sexo (un recurso que presentó el PP), algunos de los lideres del partido (como Alberto Ruíz Gallardon, quién irónicamente se opuso a la ley del aborto) han estado a favor. En mi opinión esto se debe a una fuerte presión social de conformidad, a la cual se cede por falta de convicción y debilidad moral o espiritual. Sin embargo, esto mismo es lo que sufre el idealista liberal: éste es un idealista que necesita el apoyo de las demás personas—se nutre de ellas—, ya que su ideal es flojo o erróneo. Un idealista que cree en el ideal del mundo siempre sucumbirá a la presión social. De la misma manera, cuando una persona sigue el ideal verdadero desde lejos, tenderá a sucumbir com más facilidad al ideal del mundo (desgraciadamente muchos creyentes están padeciendo esto). No obstante, la diferencia entre el uno y el otro radica en que, si bien el que cree en el ideal verdadero puede sucumbir al ideal del mundo, éste lo hará por negligencia, cobardía, o falta de fe; más el que cree en el ideal del mundo, si sucumbe—lo acepta— al ideal verdadero, lo hará por convicción y no porque alguien le ha presionado a hacerlo. El idealista de la verdad—que realmente sigue y confía en Dios— no piensa en las mayorías; no se deja llevar por cuantas personas hacen o dejan de hacer algo. El idealista del mundo cuenta las personas. El idealista de la verdad, si quedara él solo en el mundo con su ideal, todavía seguiría creyendo en ese ideal porque su fe le dictaría que ese ideal es cierto.